martes, 13 de mayo de 2014

Roma recóndita, al menos para Pedro Benedito Carrió.



Ana me lanzaba una invitación en las vísperas de una peregrinación a la Ciudad Eterna motivada por la reciente canonización de sendos Papas, Juan XXIII y Juan Pablo II. ¿Cómo negarle nada a esta ya buena amiga, y entusiasta artista en todas y cada una de sus vertientes?
Lo cierto es que no sería hasta el tercer día, cuando creí encontrar una fórmula que se saliese de lo que han sido mis habituales capturas fotográficas en mis ya varias estancias romanas, con escasa diferencia entre ellas a pesar de los quince años transcurridos desde aquel 2000 de la primera vez, pues los monumentos lo son, y lo siguen siendo, y como mucho me interesaba consignar actuaciones o restauraciones que afectasen a los mismos, o hechos y efemérides que motivaron en ciertas ocasiones los viajes.
Esta nueva visión, me la daría el deseo de recoger la anécdota, lo desapercibido, lo que cuesta encontrar o descubrir, y para ello servirme de la experiencia a la hora de patear la Urbs, y en momentos dados, permitirme dejarme llevar por el paseo improvisado, o las ganas de dejar el transporte público para recorrer largas distancias, a la vez que fructíferas en el nuevo cometido emprendido, y sin dejar en ningún caso de estar ojo avizor en la observación, aunque en algunos casos el dedo se mostró lento a la hora del disparo, dejando abierta la puerta para siguientes ocasiones.
Ha sido en cualquiera de los casos, un redescubrimiento de Roma, ese monumento global, en muchas de sus partes y en su conjunto, aunque como todo, también sujeto a la decrepitud marcada por el paso del tiempo, a la acción humana afortunada o no, e incluso malintencionada o destructiva, y por tanto necesitado de intervenciones, felizmente logradas en muchos casos.
Como ya indiqué antes, fue al tercer día, tras fotografiar el Cosileo parcialmente recubierto de andamiajes (foto 1), y las protecciones instaladas en las estructuras supervivientes del Foro (foto 2), lo que en condiciones normales no hubiera sido más que un documento para dejar constancia de cómo crece el Metro preservando este rico patrimonio, cuando reparé en la oportunidad de ampliar el prisma, gracias a un sarcófago reutilizado como fuente en la que anteriormente había bebido multitud de veces, pero que ahora veía de otra forma (foto 3).
También fue providencial detener el habitual paso apremiante por ver lo más posible apurando cada instante, y así se me mostró por ejemplo un ángulo de la Plaza Venecia nuevo para mi (foto 4), o la abundancia de restos muestra de antiguos fulgores grandilocuentes conviviendo con una modernidad tan prosaica como pugnar por cada rincón proclive a ser una plaza de estacionamiento (foto 5), y la aparente dejadez de la inhóspita flora que arraiga en cualquier tejado (foto 6) pero también en las paredes del emblemático Panteón (foto 7).
Y no podía faltar el mazazo de la crisis, el anuncio de cierre, la reivindicación (foto 8), compartiendo calle con talleres artesanales como el de este dorador (foto 9), añosos bloques de viviendas (foto 10), intrincadas calles edificadas con edificios de formas extravagantes (foto 11) y soluciones un tanto peculiares, como esta forma de alejar los coches (foto 12), no se si urbanísticas o por iniciativa particular, puesto que los munícipes también hacen patente de corso de lo privativo, aún de las muestras artísticas urbanas, por ejemplo señalizando como recurso monumental (foto 13) una pintura mural de un asno volando (foto 14); o la construcción en algún momento a cargo del Papado de viviendas que no presentan su momento de mayor esplendor (fotos 15 y 16).
Así se entiende alguna de las escenas que pude contemplar, como esta forma de aparcar (foto 17) o que las entradas del Metro y pasos subterráneos sean al mismo tiempo zonas comerciales (foto 18). Por cierto, así dejó alguien el bolardo de piedra (foto 19), se supone que alterado de los nervios por no encontrar donde meter el coche, y seguro que no quedaría muy bien librado el parachoques. Y con una similar falta de civismo, el prolífico y vandálico grafiti (foto 20), o la falta de sensibilidad a la hora de intervenir de algún operario de la cosa pública (foto 21), coexistiendo con medios de transporte que aún funcionan recordando otros tiempos (foto 22), y otras intervenciones que si resultan encomiables, como el esfuerzo de edificar guardando un  ambiente monumental armónico (fotos 23 y 24), o por ejemplo posibilitar la realización de un concierto de jazz en la Basílica de Santa María la Mayor (foto 25).
Pero sin duda, la ciudad se había preparado para la celebración, y han sido muchos los voluntarios (foto 26) dispuestos a canalizar la oleada de visitantes peregrinos (foto 27), las motocicletas prestas a permitir acceder a todos los rincones (foto 28), y las infraestructuras higienico-sanitarias estratégicamente distribuidas aunque no muy integradas (foto 29), aunque fijándose un poco, uno descubre que eso no es nuevo (foto 30). Tan tranquilos estábamos, de lo bien que se iba desarrollando todo, que hasta las fuerzas de seguridad se lo tomaban con calma, y se mostraron en la misma Plaza de San Pedro disfrutando de su momento para comer y echar un cigarrito (fotos 31 y 32).
Nuevos vientos soplan sobre el Vaticano, y no precisamente las asiduas tormentas que cada tarde hacen acto de presencia (foto 33), sino el ver a los operarios trajinando con las sillas en tractores entrando por el Cuerpo de la Guardia Suiza (foto 34), o los miembros de la Curia mezclados con los transeúntes extrañados de la compañía (foto 35).

Pero hay cosas que hacen de Roma esa ciudad reconocible e inalterable, como sus villas (foto 36), amplias y extensas (foto 37) y como no, ajardinadas (fotos 38 y 39); sus gatos (foto 40) que reciben mimos como en ningún otro sitio que haya visitado antes; y el efecto de atracción de los acontecimientos en torno al Papa –acentuado si cabe por el Papa Francisco- (foto 41, tomada prestada, pero claro, es una vista que no está al alcance de este visitante en esa Roma que podríamos denominar como recóndita).
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